sábado, 22 de septiembre de 2012

Capítulo 10: Desvelando el velo


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Los cinco Elegidos, siguiendo los ruegos de la reina Zelda, su hermana, su hijo y su sobrina, acabaron siendo hospedados en su enorme y lujoso palacio un poco más lejos del coliseo donde fueron bien atendidos y dados una enorme habitación para que pudieran descansar.

-¡Camaaaaaas!

Según dijo eso, Bastet salió disparada tirándose en plancha a una de las camas dejándose caer y rebotando en el proceso.

-Y tengo la tripita llena. Ya casi había olvidado la última vez que descansé a gusto.
-Estamos en una misión importante, pelirroja, los lujos están de más.

Y como si aquello hubiera sido una sentencia más para sí mismo que para el resto, Zero salió al balcón de la habitación donde se quedó solo y en silencio.

-¡Pues yo pienso aprovecharlo! ¿Qué haces, Vali? Duerme un poco que estás hecho polvo.
-Voy a vigilar desde aquí.
-¡¿Pero qué dices?! Keiro, nos hemos rodeado de adictos al trabajo.
-La Oscuridad de las reinas puede haberse ido de momento, pero por si acaso estaré al tanto.
-No hace falta que lo hagas, Vali. Yo me fío de ellas.
-Lo siento, princesa, pero es por iniciativa propia. Quiero que pase rápida esta noche y volver a casa.
-Entiendo...

Keiro no dijo una palabra desde que entró, y tumbándose en la cama adyacente a la de Bastet pareció quedar profundamente dormido al instante, Bastet no tardó mucho en caer también y entonces Claudia decidió salir al balcón donde se asomó a la par que Zero.

-¿Mirando el firmamento, Abra?
-¿...?
-Hacía mucho que no te llamaba Abra. Cuando éramos pequeños te lo llamaba siempre pero un día me dijiste que si te lo seguía llamando me dejarías de hablar.
-¿Y por qué me lo habéis vuelto a llamar?
-Porque ahora sé que nunca serías capaz de dejarme de hablar.
-¡...!
-Supongo que no quieres hablar de lo que ha pasado.
-No hay nada de qué hablar...
-Ya no me sorprende oírte decir esas cosas. Pero si no quieres hablar no te voy a obligar. Quiero que entiendas que por muy a mis órdenes que estés y por mucho que sea tu protegida, quiero que me cuentes las cosas porque salen de ti, no porque yo tenga que pedírtelas. Porque por encima de ser tu princesa, quiero ser tu amiga.
-...
-Ya... Sabía que no ibas a decir nada... Bueno...

Claudia se dio la vuelta con la intención de volver a dentro a dormir pero no sin antes decir algo que dejó a Zero perplejo.

-No voy a permitir que jamás tengas que volver a llorar por mí, ni tú ni nadie, entrenaré mucho y me haré muy fuerte, porque verte llorar ha sido mucho más duro que haber muerto.

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Eleone seguía conduciendo con su Corazón como guía en busca de Jaleel, sabía la dirección pero no la distancia, no sabría cuanto tardaría en llegar, pero la recompensa valdría la pena. Sin embargo, no todo iba a ser tan fácil como creía, pues vio acercarse una poderosa ola de Oscuridad por el horizonte.

-¿Qué es eso?

A la princesa a penas le dio tiempo a escapar de aquella aunque sí a protegerse con toda su Luz, la energía oscura arrasó todo dejando a Eleone medio inconsciente que se salvó gracias a la protección que le dio su Luz, pero si volvía no tendría nada con lo que protegerse. Por suerte algo la recogió en medio de la nada y se la llevó muy lejos, no tardando en llegar Kuroi y Eryn atraídos por la onda de Oscuridad que acababa de pasar.

-¿Y la reina?
-No lo sé, la vi venir en esta dirección, ¿crees que eso que acababa de pasar...?
-¡No! La reina nunca se dejaría atrapar por algo así... Ha debido de pasarle algo, tenemos que buscarla.
-¡¿Pero dónde?! El espacio es infinito, Kuroi. Podría estar en cualquier parte.
-No ha podido moverse tan rápido.
-Bueno, pues podría haberse ido en cualquier dirección.
-¿Y qué propones?

Kuroi parecía alterado y Eryn intentó concentrarse buscando una solución pues temía por la seguridad de Eleone y por la salud de Kuroi.

-Ya sé. Mi Mundo está muy cerca de aquí, podríamos pedirle a mi Maestro que nos ayudara a buscar a Eleone.
-¿Crees que es capaz de hacerlo?
-Es un gran hechicero, no dudes de él.
-Está bien. Confiemos en él.

Y dicho eso, los dos se dirigieron de nuevo a Paraíso de los hechiceros.

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Mientras, en Vergel radiante, Jaleel sufría una conmoción interior.

-Oye, te he dicho mi nombre. ¿No deberías hacer lo mismo?
-Perdona, lo siento, soy Jaleel. Alguien muy importante que necesita ver a tu maestro, ¿crees que podrías ayudarme a pasar a esos gorilas?
-¿Y por qué debería dejarte hacer eso? Ni siquiera te conozco. Mi maestro tiene muchos enemigos, ¿cómo sé que no eres uno de ellos?
-Porque sabes que puedes confiar en mí.
-¿Cómo...?
-Hay algo en mí que te resulta familiar, ¿verdad?
-...
-Pues sólo tu maestro puede ayudarnos a contestar a esa pregunta, ¿me ayudas o no?
-Mmm... Por ahí es imposible que puedas entrar, además no encontrarás a mi maestro en el Castillo.
-¿Entonces dónde está?
-En los laboratorios secretos. Sígueme.

El joven Mavras salió a toda prisa en la dirección contraria y Jaleel le siguió de cerca, no le era muy difícil seguir su velocidad. En escasos minutos y tras pasar una gran cantidad de jardines, calles y salir a las afueras de la ciudad. Los dos consiguieron acercarse al castillo por uno de los laterales.

-Este sitio es secreto. Incluso para la mayoría de los ciudadanos. Nunca nadie debe saberlo, lo entiendes, ¿no?
-No tengo nada en contra de tu Maestro ni de sus investigaciones, sólo quiero respuestas.
-Está bien.

Los dos se encaminaron al interior del castillo desde lo más bajo y llegaron a un laberinto de pasillos, aunque Mavras se sabía muy bien ya el camino: derecha, izquierda, dos bifurcaciones alante y finalmente a la derecha, a la sala grande en la que se encontraba la puerta al despacho de su Maestro. Pero el despacho estaba vacío.

-No está...
-¿No está? Pero dijiste...
-Sé lo que dije... Me parece raro... Dijo que estaría aquí...
-¿Y ahora esperamos?
-Es imposible que esté en el castillo, nos habríamos cruzado con él.
-¿No me estarás engañando?
-¡No! Lo juro...

La discursión ya no tuvo más sentido, pues una de las paredes de la estancia desapareció mágicamente desvelando un pasillo secreto por el cual salía un hombre bastante alto, con el pelo rubio y una corta barba bien recortada.

-¡Mavras! ¿Qué haces aquí? Te dije que... ¿quién es ese?
-Lo siento, Maestro. Sé que no debería fiarme de cualquiera, pero él...
-¿Eres Ansem?
-Sí. ¿Tú quién eres?, ¿te han enviado ellos?
-¿Ellos? No importa... Me envía Garland.
-¡¿Entonces sí te envían?! ¡Me has engañado!
-No... Lo que quería decir es...
-¡Calla, Mavras! No importa... Dices que te envía Garland. ¿Qué quiere mi viejo Maestro de mí?
-Dije que me enviaba, pero no quería decir que estoy aquí por él, estoy aquí por mí. Quiero respuestas.
-¿Respuestas de qué?
-Garland me dijo que tú... experimentaste hace años con los Corazones.
-Espera... ¿quieres decir que...? Mavras, déjanos a solas.
-Va-vale maestro...
-¡No! Él se queda.
-¿Có-cómo?
-Él no tiene nada que ver con esto.
-Si empiezas mintiendo vamos mal. ¿Crees que no puedo sentir en él lo mismo que en mí?
-¿Qué... qué está diciendo, maestro?
-Está bien.

Ansem se sentó en su escritorio vencido, Mavras, su aprendiz, parecía desconcertado.

-Haz las preguntas. Responderé a todas las que pueda.
-¿Tú no tienes ninguna?
-No. Supuse que algún día volverías, y aquí estás.
-¿Y por qué no me buscaste?
-Porque yo te dejé marchar.
-No recuerdo nada de eso...
-Eras muy pequeño, seguramente ni siquiera tenías conciencia. Una mujer, una reina... vino a mí hace diez años, necesitaba un niño puro para hacer algo con él. No me explicó el qué. Me pidió que te diera y no me quedó otra opción.
-¡¿Me diste?! ¿Como si fuera un perro?
-¡Era muy importante! Dijo que el destino del Reino de la Luz dependía de ello. No me pude negar. Tú eras importante, y por eso precisamente te entregué, porque la razón de tu existencia era que fueras importante, y al irte con ella cumpliste tu objetivo.
-¡Soy una persona, yo decido mi objetivo!
-Ah... Lo sé... No me siento orgulloso de que tuvieran que tomar esa decisión por ti. Pero eras solo un niño y ella me prometió que te trataría bien. Ya ves que a Mavras le he cuidado bien, hubiera hecho lo mismo contigo.
-¿Qué significa eso, maestro?
-No se lo has contado... Tiene el derecho de saberlo.
-¡¿Saber el qué?!
-Que eres creado.
-¡¿Cómo?!
-¡No! Eso no es así. Yo no soy Garland, mis métodos no son tan horribles como los suyos.
-Cuéntanoslo todo, entonces, con todos los detalles.
-Aisss... Fue hace diez años, yo era joven e influenciable... Acababa de dejar el ala protectora de Garland y quería seguir sus pasos, "crear" personas más poderosas que el resto para que pudieran defender la ciudad.
-Entonces no niegas que nos "creaste".
-Sólo os hice como sois, yo no os di la vida. De eso se encargó vuestra madre.
-¡¿Nuestra madre?! ¡¿Somos hermanos!?

Jaleel también se sorprendió ante esta afirmación pero en realidad ya se lo olía, e incluso Mavras se lo esperaba tras esa extraña conexión que había sentido en él.

-Explícate.
-Primero naciste tú, Jaleel. Muy sano y con un extraño don, incluso siendo muy joven te regenerabas muy rápidamente de las heridas.
-¿Experimentaste con nosotros antes de nacer?
-Un poco...
-¿Cómo pudiste, maestro?
-Era por el bien de todos. No es justo que os tocara a vosotros, pero alguien tenía que...
-Sabemos que solo lo dices para convencerte a ti mismo. Prosigue.
-Fuiste el primero, Mavras no nacería hasta un año después. Os quería hacer guerreros perfectos, así que tuve que acelerar el envejecimiento, aunque gracias a la regeneración os mantendríais jóvenes mucho tiempo.
-...
-¿Cómo lo hiciste?
-Jugué con Luz y Oscuridad. Los tatuajes... son Oscuridad pura, infundó vuestros cuerpos y me las arreglé para proteger a vuestros Corazones de esa fina y vulnerable debilidad. El resto...
-Ya... Y parece que te salió bien...
-¡No! O sea sí, pero me di cuenta de que había acabado como Garland, jugando a ser Dios. Fuistéis los primeros y los últimos. Lo juro.
-Eso no consuela nada.

Jaleel entonces se dio cuenta de lo que toda esa información había causado en su "hermano", él sabía algo y tras lo de Garland se sentía inmune a lo que descubriera en ese lugar, pero él... parecía haber tenido una vida normal, siendo un ayudante de laboratorio cualquiera. No se merecía haber presenciado aquello, había sido egoista queriendo decidir por él. Por un momento se había sentido su hermano mayor, pero no tenía ningún derecho a ello. Ansem se lo había arrebatado al separarles.

-Mavras... ¿estás bien?
-¡Déjame! No... ¡No entiendo nada! ¡¿Por qué, maestro, por qué no me lo dijiste?!

Y sin que ninguno de los otros dos pudiera evitarlo, Mavras salió corriendo.

-Mierda... debí haberle mantenido al margen de esto.
-No... has hecho bien, mejor antes que después. Algún día tenía que saberlo.
-¿Qué más cualidades tenemos? ¿A parte de la regeneración y las aptitudes de guerrero?
-Aislé vuestro Corazón de vuestro Cuerpo y Mente, así que vuestros sentimientos y sueños están un poco dormidos... Pero gracias a ello sois inmunes a los efectos de la Oscuridad y la Luz. Estáis al margen de esas disputas que a los demás nos hacen lo que somos.
-Eso siempre lo he sabido. De alguna manera, cuando usaba la Oscuridad, sabía que no podía afectarme igual que sabía que no provenía de mi Corazón.
-Es normal. Son cosas que se sienten. Lo siento mucho. No debí haberlo hecho, pero tampoco debí haberos separado y haberoslo ocultado. Sólo quería que fueséis héroes.
-¿Y qué hay de él?
-Es igual que tú. Quizás más refinado... una "versión" mejor de ti. Pero él no ha recibido ningún entrenamiento todo este tiempo, sólo es un dimante en bruto.
-Me lo llevo.
-¡No!
-No te lo estoy pidiendo.
-¡No te lo pido por mí, te lo pido por él!
-...
-A él le pude dar una vida normal. No se lo arrebates.
-...
-Puede que no seas una persona normal, Jaleel. Pero incluso después de lo que has pasado sigues siendo bueno. Eres un héroe. Muchos darían todo lo que tienen por tener la oportunidad que tú has tenido.
-Pero yo no la pedí. Ellos tienen la elección, yo no la tuve.
-A veces simplemente no tenemos elección. No quiero que me perdones, ni siquiera que entiendas por qué lo hice. Sólo te pido que lo aproveches, que inspires a la gente y que protejas lo que aquella mujer te dio.
-Aún no sé qué es lo que me dio.
-¿No lo sabes?
-No... Y tú tampoco, y por desgracia no queda nadie vivo que pueda decírmelo.

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Al día siguiente, en Gemelus, los cinco Elegidos bajaron para ver a las dos reinas que querían hablar con ellos. Zelda se levantó de su trono para recibirles, Hilda seguía sentada en el apoyabrazos del trono. Sina y As también estaban, a cada lado de cada mujer.

-Gracias por venir, jóvenes Elegidos, os merecéis una disculpa.
-No importa, reina Zelda. Es suficiente con vuestra hospitalidad y que hayáis recapacitado. Supongo que el mapa que nos dio Yensid nos llevaría hasta vosotras, pero sois más jóvenes que los últimos Maestros que visitamos.
-¿Quedan Maestros vivos?
-Pensamos que éramos las últimas. De cualquier modo, princesa Claudia, esta reunión sólo tiene un cometido. Ya es hora de que revelemos lo que tu madre nos dejó.
-¡¿Mi madre?! ¿La conocistéis?
-Si. Hace unos veinte años una serie de Elegidos nos conocimos por orden del destino para defenderlo de un terrible mal, entre ellos estábamos nosotras, tu madre y otros dos hombres. Aunque sólo quedamos vivas nosotras dos.
-¿Y qué es eso que mi madre os dijo?
 
Hubo un pequeño descanso en el que las reinas se miraron durante unos segundos, como si estuviesen leyéndose los pensamientos. Los cinco Elegidos estaban totalmente intrigados.
 
-Suponemos que es hora de que sepáis a qué os estáis enfrentando.

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